Habitualmente, cuando hablamos de la eternidad, estamos diciendo algo sobre lo que creemos que vendrá. Pero la eternidad nos precede, nos acuna en nuestro kronos y propone un kayrós que pretendemos desconocer porque será después de la muerte. Por las razones de nuestra lógica pequeña, acotada y de pocas dimensiones, las personas estamos atadas a las cantidades y, entre ellas, a las 24 horas de un reloj que tiraniza donde vayamos. Y así hacemos con los años, con el curso de nuestra vida, medida en diferentes etapas.