La desmesura en la que se vive a través de las redes y los medios alimenta el sin tiempo, el no puedo, el no llego o el ahora se me complicó. Hay motores de búsqueda cada vez más rápidos porque casi nadie soporta una espera de segundos o un audio de más de un minuto. Es vivir en la descarnada experiencia de la instantaneidad y ser extranjeros del propio calendario, reloj o vivencia interior.
Lo peor es que el desorden se avala con la vida diaria y no es posible atrapar ni siquiera los propios sueños porque pareciera que se nos están adormeciendo con los sueños de otros.
No se soportan los procesos necesarios para cumplir con una enfermedad, con una dieta, con los tiempos requeridos para la incorporación de conocimientos, para un adiestramiento físico o una rutina espiritual. No se sostiene lo que se define como el curso de vida de la persona.