Cuando a la Catedral aún le faltaba para estar llena, lo vimos entrar con su andador, con su vestimenta sencilla de fraile capuchino, sin ornamentos. Antes de sentarse, se dio vuelta, saludó levantando su mano derecha y regalando su amplia sonrisa. Los fieles que aún rezaban o estaban distraídos, escucharon un murmullo, se fueron poniendo de pie y estalló el aplauso.